Portada, Zulmi Gastelo
De cabellos blondos y escharchado blanquecino, nariz triangular y pisciforme, y una sonrisa avergonzada, Zulmi Gastelo Heredia refleja la apariencia de una mujer que ha aprendido por los años. El tono de su voz esconde secretos y prudencia, como si ciertas anécdotas de su vida hubieran sido escondidas tras una muralla que no conoce visitantes.

De cabellos blondos y escharchado blanquecino, nariz triangular y pisciforme, y una sonrisa avergonzada, Zulmi Gastelo Heredia refleja la apariencia de una mujer que ha aprendido por los años. El tono de su voz esconde secretos y prudencia, como si ciertas anécdotas de su vida hubieran sido escondidas tras una muralla que no conoce visitantes.

Su rostro en general es peculiar, entre lo desconocido y lo familiar. Dos líneas delgadas son sus cejas. Ambas separadas como su entrada a la confianza. Es una puerta grande las que nos deja entrar a su vida. Difícil es, pero no imposible. Los comentarios que nos reciben son políticos. Las cosas son así y asá. Nos cuenta sus experiencias, pero estas dicen poco de ella.

Sus padres son su motivación, los que le enseñaron a trabajar, los que le entregaron amor y convicción. El valor del esfuerzo y del trabajo son sus símbolos bandera. Posiblemente de tener una familia dedicada a echarse el saco al hombro y trabajar.

Cuando era una niña, la pregunta “qué ser de grande” era como buscarle las peras al olmo. Intervinieron la pobre influencia de sus profesores, la falta de dinero y el sesgo sexual de la época. Aun así, ser deportista era su sueño más cercano. Amaba el deporte -y hasta hoy lo sigue amando-. Ni ser comunicadora, ni ser profesional. Ser voleibolista era su meta a triunfar.

El secreto parece estar en saber preguntar, insistir y escuchar. Pero sus ojos almendrados parecen no decir nada. Quizá en las palabras que salen de su boca, las cuales viajan entre lo ya contado, puede encontrarse cierto grado de novedad.

“He aprendido mucho de la vida”, dice ella. Si bien Zulmi no cursó estudios universitarios, las decisiones que tomó en torno a lo que la vida podría ofrecerle fueron satisfactorios y aleccionadores. “Hay cosas que se aprenden en la práctica”, continúa. Las circunstancias la guiaron por senderos que no conocía. Formó una empresa y una familia. Más de lo que imaginó algún día.

Me atrevería a decir que Zulmi es la Jackie Kennedy del norte peruano. Su esposo no ha muerto por rebeldes inconformes ni nada. Pero siempre ha sido el brazo derecho e izquierdo de su esposo. Incondicional no es una palabra del todo libre para utilizarse hoy, pero, en toda decisión tomada, Zulmi ha estado presente. No por nada tiene una corporación a su disposición y a su mandato.

Su porte es el de una mujer emprendedora por casualidad, pero luchadora por naturaleza. Su esposo la motivó a tomar riesgos y ella fue la pieza fundamental de esos riesgos. Zulmi es una mujer que por cada paso que da, aprende. “No me arrepiento de nada. Uno aprende de los errores”, me dice. No puede haber más verdad para ella que eso.

Zulmi se adaptó a las situaciones arrojadas por el amanecer. De sus padres heredó la fuerza, del deporte la insistencia y de la coyuntura su vehemencia. Por esta razón, Zulmi piensa que está dando lo mejor de ella, porque, como alguna vez dijo Bob Dylan, un poeta ajeno a este país, pero no a la realidad, “no se necesita del señor del tiempo para saber a dónde sopla el viento”.

Zulmi Gastelo junto a su hijo menor.
Imagen: Elaboración propia
Zulmi Gastelo Heredia.
Imagen: Elaboración propia