Era 1970. Estaba por terminar la última semana de agosto. Marta Andrea Guevara de Díaz, una costurera tumbesina, esperaba en el vientre a un bebé de incógnitas cantidades. Era 28 de agosto de 1970. Marta sintió los primeros empujones del bebé. Los calambres se volvían cada vez más insoportables. El padre, Jorge Gerardo Díaz Lazo, comisario de la PNP, se dirigió al hospital con Marta lo más rápido posible.

El tiempo se volvió nada.

Después de un tiempo confuso e impreciso -quizá por la angustia o el nerviosismo que trae consigo un parto-, Marta había dado a luz a un varón de contextura robusta y piel morena, de cabellos lacios y negros, ungido bajo el nombre de César Roberto.

Marta Guevara era una mujer de dialogo y conversación, una tumbesina de nacimiento. Jorge Díaz, por su lado, era un hombre pragmático y circunspecto de origen arequipeño. De su unión nació un hombre de andanzas y pasiones, de revoluciones y autodidactismos, un hombre que recibió el nombre de César Roberto Díaz Guevara.

Marta Guevara (derecha) y Jorge Díaz (izquierda), padres de César Roberto Díaz Guevara.
Imagen: Elaboración propia

César creció bajo la mirada de un padre serio y racional, y bajo el abrigo de una madre comprensiva y emocional. A los seis años de edad ya tenía a su cubierto muchos intereses. Entre buenos y malos, desde ser presidente hasta ser delincuente. A la universidad y a sus padres agradece, pues sin ellos habría elegido un camino en el que nadie merecería caer.

Los intereses de un pequeño

Ser presidente debe haber sido su ideal más singular entre todos. Siendo un niño de pantalones cortos tuvo la oportunidad de ver al presidente Francisco Morales Bermúdez y su batallón militar. Esto, naturalmente, generó en él una tremenda sorpresa, pues le impresionó el carácter y porte de estos. Aunque también pudo deberse al perfil de su padre, el de un hombre arequipeño y de sable.

Por otro lado, quizá el haber vivido la efervescencia política de Juan Velazco Alvarado -la cual recorría los rincones más profundos del país- hizo que emergieran de él los primeros vestigios de pensamiento político. Pasó mucho tiempo de su infancia frente al río, lo que creó una enorme huella en su vida. Desfilaron allí los mejores momentos de su vida: con su hermano, con sus pensamientos, con sus convicciones.

Javier Heraud -uno de los poetas a quien César más estima- escribió el poema de múltiples estrofas: ‘El Río’. Estos versos regaron enorme influencia en su vida tanto personal como empresarial.