Odisea por aprobación
“Yo jamás pensé que se me iba a presentar así, pero se me presentó”.
César acompañó a Miguel a su empresa de transportes porque tenía que recoger algunos artículos. Al llegar, César se percató de que se trataba de equipos de transmisión de los cuales ya tenía conocimiento técnico. El tiempo los apresuró, pero Miguel lo invitó a su casa para seguir conversando. César sintió la espina de que probablemente las circunstancias lo habían preparado para ese momento.
A la semana siguiente, el día jueves, César se levantó temprano y se fue a la casa del escritor en un carrito que había comprado a los 20 años. En el camino, César pensaba en la frase “al que madruga Dios lo ayuda” y en un sinfín de palabras que lo ayudarían a quedar bien.
César me confesó que la casa de Miguel era ostentosa, con lujos y facilidades. Allí dentro, lo recibió su chófer, quien no parecía estar del todo grato con su llegada. Era para menos, pues Miguel no se encontraba en las mejores condiciones lúcidas. Sin embargo, César no podía perder la oportunidad de hablar con él. Así que decidió entrar.
Un César Díaz, nervioso y resignado, se encontraba frente a un Miguel ido. Entonces, con la suficiente experiencia que le precedía le manifestó qué era lo que quería emprender.
Miguel, con desdén y sin intención de ser comprensivo, le dijo que ponga todos sus datos en un papel porque lo llamaría en otro momento. César entendió esto como un “fuera de aquí”, pero no tenía la intención de rendirse tan rápido; no cuando había llegado tan lejos. Entre síes y noes, César rompió la puerta del orgullo y la vergüenza y le dijo:
“Don Miguel, yo venía pensando en el camino qué decirle. Y no sabía si podía regalarme un par de minutos para escucharme y sepa de qué se trata. Estaba pensando cómo decirle para iniciar este proyecto juntos. Venía pensando en qué le puedo ofrecer. Yo tengo mi carrito que recién lo he comprado, pero eso a usted no le interesa. Quizá le puedo ofrecer mi radio, pero eso a usted tampoco le interesa. Yo lo único que puedo ofrecerle en esta mañana es mi nombre y mi apellido. Yo soy hijo de una costurera y de un jubilado de la policía. Ese es el único patrimonio que tengo”.
Miguel, confundido y asombrado, lo miro fijamente. Probablemente las palabras de César volvieron a darle la lucidez que había perdido, pero hicieron que Miguel cogiera los papeles y los arrojara por un extremo de la mesa. César, al ver está reacción, se lamentaba ferozmente “Qué he hecho. La fregué”.
Miguel se levantó con paciente envergadura y con la voz de un padre negociando con su hijo le dijo:
“Te acabas de ganar un canal de televisión”.